Más del 53% de la población barcelonesa no ha nacido en la ciudad. Además, tres de cada cuatro catalanes son producto directo o indirecto de la migración desde 1900, según el Centro de Estudios Demográficos de la Universitat Autónoma de Barcelona. Esto no es solo un dato del último siglo, ya que la migración ha formado parte de nuestra especie desde que la humanidad es humanidad. La península Ibérica ha sido el cruce de caminos histórico, como todo el Mediterráneo. No entenderíamos qué comemos, cómo hablamos, qué celebramos y cómo nos relacionamos sin ese movimiento, esa mezcla y esta mirada histórica. 

Barcelona, desde 1992, se vendió como una de las principales capitales europeas en el contexto del neoliberalismo. Así, con ese salto cualitativo de entrar entre los principales epicentros turísticos del estado, la ciudad recibe 15 millones de turistas de los 93 millones que pasan por España. Este es un fenómeno que trae un fuerte movimiento económico aunque los grandes beneficios se quedan en pocas manos. La línea de creación de empleo es importante pero en muchos casos precarios. Este modelo también deja una huella ecológica preocupante y la ciudad se convierte en un objetivo de diferentes sectores que buscan mejores oportunidades. Por eso, desde que España se presentó al mundo como un país “avanzado”, con Barcelona de portada, también se convirtió en el sitio de destino de muchas personas del sur del planeta que vienen a buscar una vida mejor. Esto sin tocar el pasado colonial no solo de España, sino de Europa.

Ante la llegada importante de migraciones de otros países, Barcelona ha ido cubriendo muchos puestos de trabajo que necesitaba para crecer. Este 2025 es el año Candel, por el centenario del nacimiento del escritor Paco Candel, quien retrató a las personas humildes que vinieron de Andalucía, Murcia, Extremadura, León, Galicia, Asturias, etc. Así que es el mejor momento para recordar también a muchas de esas manos luchadoras que levantaron los barrios que rodean nuestra ciudad y con una mirada amplia podemos reconocer a quienes también han ido llegando en las últimas décadas y han continuado construyendo la Barcelona del futuro, quienes están cuidando a nuestros mayores, están aportando en muchos sectores económicos y están enriqueciendo la ya diversa cultura barcelonesa.

Ahora bien, es cierto que no debemos caer en el discurso buenista al pensar que la migración no tiene retos importantes. Sin duda, este fenómeno natural e histórico de nuestra especie, como cualquier fenómeno social, trae retos y conflictos. El principal tiene que ver con la mirada económica que nos hace reflexionar sobre la mirada de clase. Los sectores trabajadores de Barcelona, quienes hace siglos llegaron del campo, posteriormente de otras partes de España y en las últimas décadas de otros países, somos la mayoría de la población. Los trabajadores y trabajadoras somos quienes, con la gama de matices, dependemos de nuestro salario, es decir, de vender nuestro trabajo, nuestro tiempo y nuestro conocimiento. No tenemos ni muchas propiedades (clases medias) ni grandes empresas (élites) y dependemos de nuestros ingresos mensuales (en A o en B). Después, debemos tener en cuenta que al ser animales sociales y la complejidad de nuestra sociedad hace que existan choques transitorios en la convivencia. Ya ocurrió en los años que retrató Candel, cuando se decía que los “murcianos” y después los “charnegos” eran los diferentes, ruidosos y los problemáticos al buscarse la vida de muchas formas, incluso en la economía de la supervivencia. Históricamente, han sido “los gitanos” y ahora son “los sudacas”, “los chinos”, “los paquis”, “los rumanos” y, claro, “los moros” en quienes recae las exageraciones y comentarios de desprecio por ser “distintos”. Todos ellos, los de ayer y hoy, comparten algo en común: eran y son trabajadores y muchos pobres. 

Desde la izquierda debemos defender esa mirada amplia y ver la migración y la diversidad de los sectores trabajadores. No podemos caer en los argumentos que quieren enfrentar a trabajadores contra trabajadores, dejando de lado el problema de raíz que siempre ha sido la cuestión material, la de comer, la económica. Por un lado, los problemas de racismo estructurales y los conflictos de convivencia son una realidad como lo son el problema del acceso a la vivienda, a mejores condiciones de trabajo o a los servicios públicos recortados por la crisis del 2008. Todo este cóctel hace que aumente la tensión. Por otro lado, no sería acertado caer en la justificación desde lo identitario y los discursos esencialistas que no muestran, muchas veces, matices y acaban enfrentando a trabajadores contra trabajadores.

Los prejuicios racistas existen, pero es la pobreza, el clasismo, lo que hay en el fondo. Si una persona roba, sin duda no se puede justificar, pero no es porque sea de un país o una etnia concreta, es porque es pobre. La exclusión lo lleva a una situación compleja o peor, a caer en las mafias que se aprovechan de la desesperación. Por ejemplo, a la Barcelona del PSC le molesta la pobreza y la quiere esconder con su Pla Endreça (normalmente personas de origen migrante que viven la calle) mientras crea un consell Antiracista para lavarse la cara. Al final, lo que le molesta es la pobreza de fondo. Sin medidas económicas y materiales reales, pasando por la regularización y el acceso a la cultura, no hay ninguna posibilidad de solución. Es lo que sucedía en la Reforma Laboral que no tenía en cuenta, por ejemplo, a las empleadas de hogar sin papeles o la Ley trans que no proponía junto al ministerio de Trabajo una salida laboral para las personas trans. Sin duda, estas dos medidas amplían derechos, es innegable, pero cuando los debates transversales se separan de la cuestión de clase, es decir, de la cuestión material, corremos el peligro de generar políticas Benetton, esencialistas y no ir a la raíz del problema.

Cuando la izquierda se pierde en las identidades esencialistas y no aterriza sus análisis y sus propuestas en lo material, pierde. No hablar de y desde los sectores trabajadores y diversos, de lo de vivir y comer, se acaban creando núcleos esencialistas que hablan de los problemas por separado y culpándose unos con otros. Sin la mirada de clase social, en algunos casos casi hablando de la sangre, se genera una desvinculación de un proyecto común. Así pues, se crea un discurso de sectores diversos bien formados y académicos, acusando a sectores populares de no ser “inclusivos”. Así, entonces, se empiezan a crear muros que los reaccionarios aprovechan para terminar de levantarlos. Los espacios comunes de lucha y espacios reivindicativos compartidos son más necesarios que nunca. Hay que retomar ese elemento que nos une a los trabajadores y desde ahí, reivindicar y defender la diversidad, no como un ente abstracto y esencialista alejando de la clase social, porque en esto la derecha nos gana: ya tienen candidatos negros y han tenido líderes mujeres antes que la izquierda. Esto no quiere decir que no haya que hablar de racismo, machismo, homofobia y clasismo estructural, claro que lo hay y hay que combatirlos, pero generando alianzas diversas entre los sectores que vivimos de nuestro salario. Cuando las ideas se centran exclusivamente en hablar de la raza, se está comprando el marco colonial histórico y el que viene de las universidades de Estados Unidos (a los que pocos han podido acceder). Muchas veces nos centramos en hablar del colonialismo de hace quinientos años, pero aceptamos, casi sin pestañear, el colonialismo de hace doscientos que nos llega de la Academia en inglés.

Para finalizar, en lo que respecta a nuestro sector político (a la izquierda del social-liberalismo del PSOE-PSC) somos el único espacio político que podemos aglutinar estas reivindicaciones. Pero debemos creernos de verdad la alternativa si cogemos la bandera de la clase social con toda su diversidad para unir y combatir las diferentes injusticias estructurales. El PSUC lo hizo con sectores populares y obreros de los barrios del cinturón rojo de Barcelona en un proyecto común democrático, por derechos sociales compartidos, una catalanidad amplia y con una lengua que cohesiona, no que divide. Esa bandera pertenece a nuestro espacio político, ahora bien, nos la tenemos que ganar y creer, de nosotros depende si la queremos levantar o no. No puede haber una lucha contra el patriarcado, contra el racismo, contra la homofobia y contra el cambio climático, si no es una alternativa común de clase y una alternativa económica, social, cultural, de curas y orgullosamente mestiza y diversa. Esto no es solo historia, es presente y futuro.

Para ello, hace falta tener y reivindicar la memoria, la que tiene que ver con nuestra especie y con nuestro ente social de clase. Hacer que esa diversidad no sea solo folclore, sino un sujeto político que decida, sea visible y genere propuestas comunes. Si no, la extrema derecha que va ganando hegemonía, después de ir contra los sectores más excluidos, vendrá a por el resto. También es memoria recordar de lo que son capaces las élites en situaciones de máxima tensión y hasta qué punto son capaces de llegar para mantener sus intereses. Por eso es fundamental la mirada de clase, pero también para generar esa esperanza común y una alternativa social y económica y desde ahí, reivindicar lo que es natural: la diversidad como resultado de la migración. Aunque me temo que nos costará porque aún seguimos en burbujas y los años que vienen serán muy complicados, no será nada fácil, pero es importante dejar el legado común y alternativo a las generaciones futuras.

Como decía Jorge Drexler en “Todo se transforma”: «Somos una especie en viaje, no tenemos pertenencia sino equipaje. Somos hijos, padres, nietos y bisnietos de inmigrantes. No somos de ningún lado del todo y de todos lados un poco. Si queremos que algo se muera, déjalo quieto.”

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