
El momento de tensión es más que notable, y las torsiones parecen poder (volver a) romper todas las costuras. Cambio en los polos de atracción geopolíticos; cambio de época, poli-crisis o crisis estructural, según quien lo analice. Consenso en la hora grave y síntesis de Mujica: «luchar por la democracia, aunque sea injusta y llena de desigualdades, vale la pena. La batalla por la democracia está lejos del fin.» Defender lo que se daba por logrado, militar en la democracia desde una perspectiva republicana, desde los feminismos interseccionales y antirracistas, de defensa de derechos y clase.
Venimos también de un histórico de descrédito de la democracia representativa. Más de la mitad de la población mundial no vive en democracias plenas, y en Europa la participación en elecciones legislativas ha caído 10 puntos porcentuales en los últimos veinte años. En paralelo, la extrema derecha entra en parlamentos y gobiernos, ganando terreno en casi todos los países en los que han celebrado elecciones generales.
Esta falta de legitimidad de las instituciones democráticas no se explica sin el acelerado desgaste de las condiciones materiales de existencia para poder garantizar vidas dignas. Es un juego de suma cero perverso. Precariedad y vulneraciones de derechos, percepción de inseguridad a distintos niveles, falta de acción política y descrédito de las instituciones democráticos, extrema derecha.
Desde el municipalismo transformador hemos demostrado que existen alternativas. Pero también hemos vivido sus límites: mucha incumbencia (mucho que gestionar) pero poca competencia (muy poco margen por legislar). A estas constricciones se sumó la élite político-financiera en alianza natural con las partes más oscuras de los tribunales: 22 intentos y 22 fracasos de acabar con la impugnación popular de BComú en los juzgados.
La lucha por el derecho a la ciudad sigue viva en muchos flancos, que de hecho evidencian esta necesidad de mejora tanto de repensar nuestras democracias como de poner sobre la mesa el modelo económico. Casos de ejemplo, la crisis de la vivienda y alquiler, máxima preocupación de las barcelonesas. ¿Cómo ayudamos a canalizar ese movimiento? El racismo estructural que permite la muerte de migrantes en nuestras fronteras y que bloquea el padrón a quienes han llegado a Barcelona, negando el acceso a derechos básicos como son la salud o el derecho a la participación.
Otras cuestiones que tenemos en nuestro ADN, la lacra machista que persiste a pesar de los avances de los feminismos, o la crisis climática que nos exige articular con urgencia cambios del modelo productivo y de consumo.
También es urgente la necesidad de regular y gobernar la tecnología, sometida a las lógicas del capitalismo financiero vampírico; cada día que pasa sin asumir el modelo tecnológico es un día perdido. Esto merecería un punto y aparte, y ser elemento central también de nuestra organización. ¿Cómo podemos tolerar una privatización casi total del ámbito digital, mientras defendemos una sanidad y educación públicas?
Y más allá, podemos ampliar de nuevo el foco geográfico. Guerras en las puertas del continente y el genocidio sionista retransmitido en directo ante la pasividad de la comunidad internacional. Todo ello son los grandes retos de las sociedades complejas en las que vivimos, y se evidencia que los mecanismos actuales de gobernanza ya no sirven para hacerle frente. Dicho distinto, el sistema de democracia representativa clásica no puede ser el único modelo. Bien que lo sabemos.
Por tanto, si el conflicto actual es entre autoritarismo, pérdida de derechos y democracia, es más necesario que nunca acercar los centros de decisión política a la ciudadanía. Esto significa ampliar y extender derechos a través de la democracia participativa, directa o deliberativa y hacerlo desde la proximidad, desde los municipalismos. Aquello de tener presencia en instituciones y en las calles. Por tanto, ser útiles a los movimientos ya la vez ampliar mayorías, apelando también al grueso de población progresista. Introducir mecanismos de democracia directa con el objetivo de que participar se parezca cada vez más a decidir; apostar por la deliberación por superar la polarización y construir grandes consensos; ampliar los derechos de ciudadanía a todas aquellas personas que viven en nuestra ciudad, vengan de donde vengan. En este sentido, apunte ilustrativo: en las pasadas elecciones municipales sólo un tercio de la población migrante y empadronada en municipios catalanes tenía derecho a voto.
No se trata sólo de actuar para frenar a la extrema derecha, ni tampoco de proclamar la necesidad de regenerar la democracia en sentido abstracto. Se trata de demostrar que somos capaces de generar mejores futuros, igualitarios y compartidos, a partir de la construcción de sistemas democráticos más complejos, que puedan afrontar, dar respuesta y gestionar las múltiples crisis contemporáneas con las que nos enfrentamos. Se trata de desarrollar nuevos procesos, canales e instituciones que profundicen en el protagonismo de la ciudadanía en la gobernanza de sus ciudades y en la coproducción de políticas públicas. Ampliar los marcos democráticos desde coordenadas inclusivas e interseccionales.
Ante este reto, Barcelona como punta de lanza para defender a la democracia. Desde la institución, con voluntad de gobernar. Desde la organización, ensanchando los marcos comunitarios y recuperando la centralidad política en barrios y distritos. Disputar la hegemonía.
Se trata de volver a ganar, sí. Pero sobre todo, volver a transformar. Reforzar cultura democrática y fortalecer músculo comunitario. La pulsión impugnadora de la Barcelona popular y progresista está ahí, se trata de remar para ponerla en movimiento.